domingo, 18 de noviembre de 2012

El holocausto más grande de la humanidad Por: Ramón Alcides Ávila Peralta

Después de cinco centurias, la marea de sangre que inundó al continente ABYA YALA – posteriormente rebautizado “América”-, sigue siendo obsesión. Cada “doce de octubre” revive aquel fatídico holocausto de rito macabro que arrasó varias civilizaciones desarrolladas de la humanidad. Durante más de quinientos años, la versión histórica de los vencidos ha sido contraria a la historia oficial. Según la versión indígena, en el continente jamás hubo “descubrimiento”, sino una invasión mercenaria acompañada por una expedición cruenta de las cruzadas de la iglesia católica, que marcó el punto de inflexión histórico de los pueblos de Abya Yala. 
En el II Encuentro de Ancianos Indígenas realizado en Chapala, México, en el 2003, se suscribió un trascendental documento: "Los ancianos de nuestros pueblos indios, históricamente descendientes del antiguo y legendario continente ABYA YALA, compartimos con el mundo la tristeza de un holocausto que no pudo ser aplacado por la voluntad de paz. Destruyó nuestros Dioses, nuestra cultura, nuestra tradición y sabiduría, acumulada en un proceso que tardó miles de años”. 
La invasión mercenaria tuvo varios motivos: para los miserables, la invasión representaba una manera de escapar de las insoportables penurias de su vida diaria; para los mercaderes y esclavistas, la posibilidad de organizar factorías y establecer una verdadera máquina de secuestro. Para la clase “noble”, oportunidad para desterrar la metástasis del bandolerismo y miles de pacientes portadores de la temible peste que devastaba Europa; para el reino y la iglesia cristiana, constituía la posibilidad garantizada de obtener tierras y riquezas. La iglesia, en estrecha simbiosis criminal con la tiranía monárquica, impuso su teología que aún emite olor de sangre, torturas y asesinatos. Aunque su doctrina preconiza: no matarás, no robarás, no explotarás a tu prójimo. 
Saquearon templos, profanaron lugares sagrados, mataron sus Dioses, aplicaron sistemáticamente la inquisición, violaron niñas impúberes, incendiaron campos y pueblos mientras sus habitantes dormían. Según testimonios del fraile Bartolomé de las Casas, los fines de semana y feriados, los invasores se divertían cazando con perros a los indígenas, y una vez apresados eran descuartizados vivos: cortaban la lengua, nariz y labios; orejas y testículos para arrojarlos a sus perros como trofeo. 
Destruyeron el acumulado histórico de cinco mil años de conocimientos; incineraron montañas de libros y después quemaron a sus autores. Porque, presumiblemente, a los españoles tal literatura parecía políticamente subversiva, en lugar de proyectar su enriquecimiento y plenitud. Es típico de toda sociedad de altísimo desprestigio moral, cometer crueles holocaustos. El holocausto judío durante la segunda guerra mundial, más el holocausto de Hiroshima y Nagashaki, donde la explosión termonuclear arrasó cerca de tres millones de personas inocentes, y no 220.000 según las crónicas oficiales de USA, agregado a los cinco millones de personas masacradas durante la invasión a Vietnam, sumado al genocidio de Kosovo, Irak, Afganistán, Paquistán y Libia, no podrá superar el trágico exterminio de la civilización de ABYA YALA. 
Todos los pueblos indígenas encuentran ridícula las pretensiones de imponer a España como la “madre patria” por haber traído la jerga castellana. Cuando el ejército invasor desembarcó en ABYA YALA, encontró un continente poblado por muchas naciones que hablaban 375 mil idiomas. 
Después de expulsados del continente, mediante la guerra liderada por el emblema continental y hombre símbolo de la República Bolivariana de Venezuela, Simón Bolívar, lograron preservarse 20 mil idiomas. Solo en Brasil, donde se hablaban más de 26 mil lenguas, los mercenarios dejaron menos de 4 mil. Hoy, a consecuencia del holocausto, en América sólo sobreviven menos de 17.520 idiomas. 
España nunca inventó nada ni aportó conocimientos a la ciencia. De cada 10 inventos, seis desarrollaron los chinos, tres los árabes y uno Europa. Decir que estos países subdesarrollados deben a España su civilización y “desarrollo” no es una información cierta. España se alzó un botín de saqueo de 28 millones de toneladas de oro y 21 millón de toneladas de plata. De todos los puertos de Abya Yala las riquezas salían en tropel, los buques zarpaban llevando en sus bodegas toneladas de oro, plata y piedras preciosas. Las españolas vistieron las telas más lujosas de finos brocados, tejidas por mujeres indígenas de mano fina, y bellísimas joyas y pomposos adornos. 
En contrario, las civilizaciones de Abya Yala alcanzaron etapas de gran esplendor en el campo de la medicina. Los Paracas Inca practicaron trepanaciones craneales utilizando fresas de diamante, para intervenir pacientes que padecían traumatismos craneales o neuronales. Esta cirugía es la más perfecta de las civilizaciones que nos han antecedido; y su mérito se fundamenta en haberse efectuado en pacientes con vida, y no en cadáver. Y la mayor gloria científica de los Inca se inmortalizó porque el paciente sobrevivía a la operación. 
Algunos cronistas que tangencialmente lograron romper la manipulación de la crónica de los invasores, como Sylvia Hilton, en “Fuentes Manuscritas para la historiade América”, relatan que en la Isla del Sol, situada en el lago Titicaca – Bolivia -, donde los Incas construyeron su gigantesco observatorio, se pueden encontrar datos astronómicos y descripciones sobre cartas  estelares. 
La civilización Mexica, Olmeca, Maya y Azteca, desarrollaron las artes y la música; las matemáticas, la física y la astronomía. Catalogaron 7.800 estrellas ubicadas sobre un sistema de coordenadas establecidas por ellos; la oblicuidad de la elíptica; calcularon la distancia tierra – luna; el concepto de longitud y latitud geográfica; el diámetro de la tierra y; sobre las ciencias superiores del cálculo, diseñaron el HAAB o calendario de 365 días, 35 siglos antes de Jesús – “el Libertador de Palestina” -. Léase tan sólo uno de los 18 libros de ciencias y filosofía del sacerdote, astrónomo, matemático e historiador Maya, Chumayel: Chilam Balam, el memorial de Sololá, o Anales de los Cackchiqueles. 
El 21 de octubre de 1492, 18 horas antes del arribo de Colón, Martín Alonso Pinzón, capitán de la Pinta, ya había desembarcado en las playas de Abya Yala en los cayos de Samaná -Islas Azores, y no en Santo Domingo como afirman cronistas españoles-. Regía en Europa el calendario Juliano, basado en el movimiento del “Deus Sol Invictus” para medir el tiempo. Desde su implantación, en el 46 a.J. hasta la reforma gregoriana, en 1582, existió un error, hasta cuando el papa Gregorio XIII corrigió el desfase calendárico del tiempo agregando 9 días, observados en el calendario Maya que calculaba el tiempo con exactitud y nos rige actualmente. En consecuencia, los Invasores españoles no desembarcaron sus tropas el 12 de octubre. Según la ecuación: 12 de octubre más 9 días adicionales, igual a 21, quedando demostrado que los españoles se encontraron el continente el 21 de octubre. 
Algunos tratadistas sostienen que el ajuste al calendario Gregoriano se debe al aporte científico de Galileo, pero la teoría se debilita al considerar que sólo en 1606 se manifiestan sus descubrimientos en el campo de la astronomía. Otros lo atribuyen a Copérnico, pero no existen documentos que acrediten tal aserción. El giro torcido a la versión histórica sobre la destrucción de una cultura y el holocausto de una civilización, radica en que los españoles escribieron falseando las primeras páginas de la historia. Y son ellos quienes continúan escribiéndola. 
La historia oficial tergiversó la versión del holocausto, al registrar sólo 75 millones de nativos torturados, asesinados y quemados en la parrilla pontificia. El rigor desapasionado de la investigación histórica muestra un holocausto de 470 millones de nativos y 160 millones de negros. Durante la invasión española, los mercenarios secuestraron en África 80 millones de negros por siglo, estableciendo un siniestro mercado de seres humanos. Juan Antonio Llorente, historiador del “santo oficio”, asegura que durante la inquisición ejercida en los siglos de ocupación por las tropas españolas, la iglesia cristiana quemó más de diecisiete millones de indios y otros dieciséis millones sufrieron penas infames, pero investigadores como Gams y Hefele hablan sobre la minimización de estas cifras. 
Sobre los españoles escribió López de Gomera: “Las tropas de Cortés eran hordas bárbaras; Balboa tenía una vida de rufián; Enciso, reconocido en España como temido bandolero, arrojaba los cadáveres de sus víctimas a los despeñaderos; Pedro de Heredia mató indios, tuvo maldades, crímenes y pecados por lo que vinieron a España presos, atados con cadenas de hierro, él y su hermano Alonso de Heredia. En el régimen de Pedro de Heredia, murieron en Yucatán 37 millones de nativos; Federman, lugarteniente de Alfinger, era muy cruel, desató una carnicería de indios. De 28 millones de nativos quedaron 18 mil en 40 años”. En las naciones Inca, Pizarro, Almagro y su ejército mataron 34 millones de aborígenes. Los habitantes de estos pueblos, como los de Santo Domingo, se suicidaban en masa y las mujeres se negaron seguir pariendo. 
De 42.062.571 kilómetros cuadrados de superficie continental de propiedad indígena, habitados pacíficamente durante milenios, fueron despojados violentamente por las tropas mercenarias y enajenados a su descendencia criolla y feudal. 
La premisa fue un holocausto, un crimen de extinción étnica, por derecho internacional considerado delito imprescriptible de lesa humanidad. 
Los indígenas han dejado de ser, ningún representante nativo está acreditado ante Naciones Unidas, tampoco idioma alguno goza de estatus oficial en ningún estado moderno de América. Excepto en la República Bolivariana de Venezuela, donde la educación se imparte en 38 idiomas indígenas, con sus respectivas publicaciones y literatura, consagrados en su legislación, idiomas oficiales. 
El único legado de la “madre patria” durante la invasión fue su vector biológico. Como agentes portadores de un gen extraño, diseminaron esporas, bacterias y virus desconocidos a escala continental. Desde la operación mercenaria española, América Latina ha tenido que disponer cuantiosos recursos de su producto interno bruto para atender patologías clínicas de las extrañas infecciones y enfermedades catastróficas que dejaron, en lugar de invertirlos para ofrecer bienestar a los pueblos latinoamericanos, especialmente a los niños. 
¿Dónde está la justificación para celebrar el “descubrimiento” y erigir en cada parque monumentos conmemorativos a los exterminadores? 
En contrario, España debe restituir todas las riquezas robadas, indemnizar los pueblos nativos, pedir perdón por el holocausto y exterminio de varias civilizaciones, y responder por sus crímenes de lesa humanidad, ante el tribunal penal Internacional.